El padre Américo Aguirre Morales presidió el pasado 27 de noviembre una misa en la parroquia Nuestra Señora de Pompeya, en La Plata, en acción de gracias por los 40 años de su ordenación sacerdotal y de un ministerio orientado a la pastoral de las comunicaciones sociales, en su carácter de locutor, periodista y docente.
En los primeros lugares del templo, colmado de fieles, se ubicaron el obispo auxiliar de La Plata, monseñor Nicolás Baisi, el intendente platense Pablo Bruera y el presidente del Club Gente de Prensa, Jorge Rouillon.El padre Aguirre dijo que estaba conmovido y que fue esa comunidad que lleva adelante hace seis años la que quiso que este aniversario fuera un acontecimiento que había que celebrar. “¿Con qué pagaré al Señor todo el bien que me hizo?”, dijo glosando el Salmo y señaló que el centro de todo es Dios, ese Dios que nos ama, e invocó a María Auxiliadora.
“Siendo chico, mi segunda casa era el colegio salesiano, que tenía las puertas abiertas siempre”, dijo, recordando su niñez en su ciudad natal, Victorica, en La Pampa, donde sintió el llamado de Dios, y evocó al padre Lario, maestro salesiano que lo fue preparando en un camino que lo llevó al sacerdocio.
Asimismo, recordó que una de sus diversiones con sus amigos era ir a tocar las campanas de la iglesia. “Estoy bañado del carisma salesiano”, dijo, y exaltó a Don Bosco, su disposición a acercar al Corazón de Jesús a los más jóvenes y los más pobres, su servicio al obispo de Turín y a la iglesia local en cada lugar.
Evocó su paso como sacerdote por Avellaneda, Bernal, Don Bosco, Ensenada, La Plata, y dijo que siempre se sintió en todas esas comunidades un caminante, un peregrino, llevado por la Providencia y acompañado y cuidado por los fieles. “Cuiden mi sacerdocio, que yo sea sacerdote, no me hagan enojar”, les decía, afectuosamente, a los niños.
También recordó al obispo que lo ordenó, monseñor Jorge Mayer, que vive y “está viejito” -tiene 95 años-; al fallecido monseñor Jorge Novak, “santo hombre, con quien trabajé a su lado”; y al arzobispo de La Plata, monseñor Héctor Aguer, quien “en un momento difícil para mí me invitó a caminar aquí al servicio de esta diócesis”.
Agradeció a Dios, a sus padres, a sus hermanos –estaba una hermana, con su marido y su hijo-, a sacerdotes y religiosas –mencionó a unas hermanas ancianitas que “me acompañan con su oración, su sufrimiento”-, a todos los que lo habían acompañado a lo largo de su vida.Al finalizar la eucaristía, hubo un comida en el gimnasio cubierto del vecino Colegio Alberti. Había cientos de personas y todas recibieron de pie con cálidos aplausos la entrada de Américo en medio de una fila de chicos y chicas con camisas blancas. Eran alumnos suyos, que luego sirvieron los sandwiches, empanadas, fiambres y masitas por las mesas. Había un ambiente de contagiosa alegría y se palpaba el afecto de la gente del colegio y de los venidos de otros lugares.
“No vine a ser servido sino a servir (Mateo 20, 28)”, decía un gran cartelón sobre el escenario del lugar, el lema que eligió como sacerdote. A los costados, había unos colgantes que decían: “Tú eres sacerdote para siempre” y “Mediador entre Dios y los hombres”. Y muchas fotos daban cuenta de distintos momentos de la vida de nuestro amigo en largas cartulinas a los costados del escenario.+ (Jorge Rouillon).
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